1 de septiembre de 2006

un señor de Atea

Para mí que un señor de Atea me ha echado los tejos. Un señor de Atea, no el de Altea, ni el de Ateca; el de Atea. Debe de ser una juerga ser párroco de ese pueblo.
En fin, que últimamente me llama mucho por unas actividades que hay que organizar en su pueblo y hoy, cómo no, me ha vuelto a llamar. Mientras hablábamos ya me estaba preguntando yo que para qué me había llamado, porque le estaba contando lo mismo que le conté ayer, pero ha sido al final cuando ha llegado la puntilla:

Señor: Bueno, pues gracias, eres muy amable.

Yo: De nada.

Señor: Ya tengo ganas de conocerte, que además tienes una voz muy bonita.

Yo: Jajaja... (más por compromiso que por regocijo) Muchas gracias.

Señor: Me dan ganas de llamarte más veces.

A mí, en ese momento, a las 13.30 del mediodía, sin haber parado en toda la mañana, con sueño desde que he abierto los ojos y la tripa vacía, me ha venido en mente decirle que como me llamara más de lo que ya lo venía haciendo últimamente igual me daba un patatús, pero mi cerebro, a pesar de todo, ha funcionado rápido y bien y ha utilizado el comodín para este tipo de ocasiones:

Yo: Jajaja...

Y ahí ha quedado la cosa. Igual el lunes me manda flores.