28 de octubre de 2011

adiós, yayo

Con 16 años falsificaste tu documentación para poder defender tus ideales en una guerra. Luchaste junto a Durruti, viste morir y mataste, viviste penurias, tragedias y horrores de los que pocas veces hablaste, y nunca sin que se te encendiera la sangre de rabia al recordarlos. "En esa guerra murió lo mejor de ambos bandos", decías. Daba igual que fueran de derechas o de izquierdas; eran personas decididas a luchar por unos ideales hasta morir si hacía falta. Tú conseguiste sobrevivir y salir adelante en una España que se puso difícil para los vencidos.

Me hubiera gustado que me contases tantas cosas, preguntarte tanto... Ahora te has ido y todo eso se ha ido contigo, como, poco a poco, se ha ido yendo con todos. No fuiste un abuelo en exceso cariñoso, pero me apena tu marcha. Por lo que significa, más allá del vínculo familiar, y porque, a tu manera, me hiciste saber que me querías.

No ha sido una marcha fácil; ha llegado poco a poco, se ha impuesto minándote durante años, aislándote en ti mismo y de nosotros. Sin embargo, lo que más me entristece es saber que te has ido desencantado con el mundo en el que nos dejas y con una pregunta constante en tu cabeza: "¿Para qué luchamos, para qué murió tanta gente, si, al final, no ha cambiado nada?". Quisiera creer que no es así, yayo, que tu lucha sirvió de algo, pero necesito que alguien, de una vez por todas, me lo demuestre.

11 de septiembre de 2011

10 años desde el 11-S

Hace diez años, esta imagen dejó de existir. El ataque a las Torres Gemelas, su caída y la situación que se vivió después en la ciudad de Nueva York y, por extensión, en el resto del mundo, como un gran tsunami seco que nos arrastró a todos, son unas de las imágenes y momentos que más grabados se han quedado en mi memoria y, supongo, que en la de todos aquellos que tuvieron la posibilidad de vivirlos como espectadores de algún modo.

El 11 de septiembre de 2001, alrededor de las 3 de la tarde hora española, yo estaba sentada en el sofá de la casa de mis padres, por entonces todavía mi casa, viendo el Telediario. No recuerdo porqué pero estaba sola. Ana Blanco presentaba el informativo. En Antena 3 hacía lo propio Matías Prats. Lo sé porque, al enterarme de la noticia, cambié a este canal quizás para intentar confirmar que lo que contaba Ana Blanco no podía estar sucediendo en realidad. Pero sucedía. Ahí, delante de mis ojos, en ese mismo instante. Recuerdo que me encogí sobre el sofá agarrada a un cojín y lloré. Mucho. Constantemente. Pero sin apartar la vista del televisor ni un solo instante. Sabía que lo que estaba viendo era real, pero algo dentro de mí me obligaba a no creérmelo. Supongo que era algo así como un instinto de supervivencia, una voluntad de mantener la inocencia y la fe en el ser humano, de no permitirme ver ese lado cruel y sádico de las personas. Porque enseguida supimos que eso había sido obra de personas como nosotros. No fue la Naturaleza, no fue la mala suerte, no fue un error desafortunado. Fuimos nosotros. Ya había tenido esa sensación otras veces, ante otras situaciones trágicas, pero nunca con esa intensidad.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que decidí a llamar a mi pareja. Estaba de vacaciones con su familia en el extranjero y no sabía si se habría enterado. Además, habían cerrado el espacio aéreo y por lo tanto su regreso, a los pocos días, también estaba en duda. Sí se habían enterado. Creo que viendo las televisión en una cafetería. Hablamos un poco y quedamos en seguir en contacto. No quería perder detalle de lo que estaba sucediendo ante mis ojos pero tenía hora para la peluquería a las seis de la tarde y tenía que marcharme. Yo, que voy a la peluquería como mucho un par de veces al año, justo tenía hora ese día. Podía no haber ido, y me lo planteé, pero la cita me la había pedido mi suegra casi como un favor en una peluquería en la que hay días de espera y, no sé si por mi sentido de la responsabilidad o porqué, pensé que no podía hacer quedar mal a mi suegra y dar plantón al peluquero. Soberana tontería, lo sé, pero en ese momento, ante semejante tragedia, este conflicto cotidiano y banal ganó la partida. No se me pasó por la cabeza que, quizás, el peluquero estuviera tan absorbido por el acontecimiento como yo y que acudir a nuestra cita pudiera fastidiarle tanto a él como a mí. Simplemente pensé que tenía un compromiso y que debía cumplir con él. Es posible que, de nuevo, fuese un mecanismo de defensa. La necesidad de agarrarme a la vida cotidiana para evadirme un poco de tanta barbarie. No lo sé. Fui a la peluquería, donde, por supuesto, no se hablaba de otra cosa, regresé a casa y volví a colocarme frente al televisor. Horas y horas, hasta que ya no pude más.

Diez años después, las imágenes de entonces siguen impactándome tanto como entonces. Las cifras siguen dándome escalofríos. Estuve en las torres años antes de la tragedia. Estuve en la Zona Cero años después. Y espero tener la oportunidad de volver.

¿un límite al fraude fiscal?

Foto: Europa Press

Meses han pasado desde mi última entrada. Y en estos meses, muchas cosas. La principal de ellas que ya no somos tres en casa sino cuatro. Es fácil entender entonces que mi tiempo para actualizar el blog se haya limitado bastante. A pesar de eso, el mundo ha seguido girando a mi alrededor y yo he sido consciente de sus giros, reflexionando, sorprendiéndome o indignándome a cada vuelta.

Hubieran podido ser muchas las reflexiones que me hubiera gustado recoger aquí; la que voy a comentar ahora no es, por lo tanto, la más importante ni la más interesante, probablemente, pero es la que ha llegado en un mínimo momento de relax.

Se refiere a unas declaraciones de Cayo Lara, coordinador de Izquierda Unida, que escuché recientemente. Según Lara, en la propuesta de reforma de la Constitución referente a la limitación del déficit público debería incluirse también un artículo para limitar el fraude fiscal al 0,4%.

Quizás no entienda bien la sugerencia del señor Lara pero, así de primeras, me parece una incongruencia. No creo que pueda limitarse por ley, y muchísimo menos incluir en la Carta Magna, la ejecución de un delito. Porque el fraude fiscal es un delito, si no ando yo muy despistada. Esta propuesta es algo así como decir "Señores, dejen ustedes que se cometa un delito pero en una cantidad pequeñita, una cosita que no llame mucho la atención". O "Señores, defrauden ustedes pero poquito, para no llegar al 0,4% del Producto Interior Bruto".

Por poner un ejemplo algo bárbaro, es como si se limitase el número de mujeres que pueden ser asesinadas a causa de la violencia machista a, por ejemplo, un 0,4% de la población femenina del país mayor de 18 años. Las siete primeras mujeres, hala, le salen gratis al Estado y a los asesinos; por la octava, hay que pagar. Total, siete mujeres se le pueden "despistar" a cualquiera. Pues no. Las mujeres no deberían ser asesinadas por sus maridos o parejas y el fraude fiscal debería ser cero. Ni mucho ni poco. Cero. Y la Constitución debería estar para lo que debería estar.

Fuente: Europa Press

11 de marzo de 2011

robo en un convento

El robo en cuestión se ha producido en el convento de Santa Lucía de Zaragoza, un convento de clausura situado en un barrio popular de la ciudad habitado por 16 monjas que obtienen sus ingresos, fundamentalmente, de la restauración y encuadernación manual de libros antiguos y pergaminos.

Así en principio, con estos datos, lo lógico sería pensar que la sustracción ha tenido por objeto una pequeña cantidad de dinero o alguno de estos libros o pergaminos, que podrían tener su valor en el mercado. Sin embargo, si avanzamos un poco más en la noticia, la cosa da para sospechar.

Resulta que lo que los ladrones se han llevado no es ninguna de estas dos cosas, sino un millón y medio de euros en billetes de 500 que las monjas tenían repartidos en diversas bolsas de basura guardadas en un armario. Según las monjas, sus ahorros de toda la vida. Mis padres llevan ahorrando toda la vida y ya le digo yo a las monjas que no guardan un millón y medio de euros en ningún armario. Si fuera así, para rato iba a estar mi padre esperando al año que viene para jubilarse.

Así que tenemos unas monjitas que guardaban un millón y medio de euros en billetes de 500 en un armario. ¿Y de dónde habrá salido todo ese dineral? Son monjas de clausura, por lo que se supone que no han podido salir a la calle a ganarlo. Tampoco creo que la restauración de libros y pergaminos dé para tanto.

Si seguimos indagando, descubrimos que entre las 16 monjas se encuentra Isabel Guerra, conocida como "la monja pintora", cuyas obras pueden alcanzar en el mercado, y alcanzan, los 20.000 euros. Acabáramos.

Blanco y en botella. O negro y en bolsas de basura en el armario.


Fuente: "Heraldo de Aragón" (08/03/2011)


10 de febrero de 2011

sopresas en cassette

Cuando tenía 14 ó 15 años me compraba cualquier cinta de cassette que contuviese canciones de los 60 ó de los 70. Cuando llegaba a casa, la colocaba en el reproductor y la escuchaba con la emoción de que, en cualquier momento, surgiese esa canción que me atrapase desde sus primeros acordes. Cuando alguno de estos regalos aparecía (y fueron muchos), me aprendía la canción y, después, me encerraba en el baño a cantarla a grito pelado. La de veces que habré cantado ésta...

27 de enero de 2011

esto sí que es una oportunidad


Doy fe de que nos la comimos en Navidad (no sin algo de miedo, todo hay que decirlo), y sobrevivimos. Y de que la etiqueta no está manipulada, así que por ese precio fue un auténtico chollazo...


20 de enero de 2011

¡Qué razón tenía María!


María Moliner (Paniza, Zaragoza, 1900 - Madrid, 1981) fue una lexicógrafa y bibliotecaria que dedicó gran parte de su vida a trabajar en su única obra: Diccionario de uso del español.

Comenzó a trabajar en él en los años cincuenta y la primera edición se publicó en 1966. Por desgracia, no pudo continuar trabajando en él porque se vio afectada por la enfermedad de Alzheimer. Posteriormente se publicaron dos ediciones más, en 1998 y en 2007, compuestas por dos volúmenes y con un cd-rom adaptado a los nuevos tiempos. Estos dos volúmenes lucen en la estantería del despacho de mi padre, que decidió comprarlos sin dudar con el importe del único premio literario (muy humilde) que ha ganado en su vida.

Gracias a María Moliner y a su diccionario, palabras típicamente aragonesas como pozal o garrampa forman parte del léxico aceptado por la Real Academia de la Lengua. Sin embargo, María Moliner nunca alcanzó su ilusión de convertirse en académica de esta institución.

En 1972, una entrevista realizada a la lexicógrafa en el diario Heraldo de Aragón se encabezaba con el siguiente titular: ¿Será María Moliner la primera mujer que entre en la Academia? El motivo era que su nombre había sido propuesto como candidato por Rafael Lapesa y Pedro Laín Entrago para ocupar el sillón B de la institución. Ante esta posibilidad, María Moliner declaraba:

Sí, mi biografía es muy escueta en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario. Es decir, yo no tengo ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una larga lista que contribuya a acreditar mi entrada en la Academia. (…) Mi obra es limpiamente el diccionario.

Sin embargo, finalmente sería un hombre, Emilio Alarcos Llorach, quien se sentaría en él. Tras esta elección, María Moliner hizo una de sus declaraciones más conocidas:

Desde luego es una cosa indicada que un filósofo entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría: «¡Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!».

¡Y qué razón tenía María! Desde su creación en 1713, y con la excepción de María Isidra de Guzmán, primera mujer doctora por la Universidad de Alcalá, que fue admitida en 1784 como académica honoraria aunque sólo dio su discurso de agradecimiento, ninguna mujer ocuparía un sillón en la Real Academia Española hasta 1978, año en el que Carmen Conde fue admitida para ocupar el sillón K.

Si María Moliner hoy siguiera con nosotros, espero sinceramente que alguien le concediera un sillón.