Esta mañana he descubierto la noticia de la muerte del bebé de la primera fallecida por gripe A en España. Rayán, que así se llamaba, había nacido por cesárea a los siete meses de vida, en un intento por salvarle a él visto que la vida de su madre, Dalila, pendía de un hilo. Al final, Dalila falleció pero Rayán consiguió sobrevivir y, lo que es más importante, no había sido contagiado por su madre. La muerte de Dalila había supuesto un golpe fortísimo para el padre de Rayán, Mohamed, pero veía en su hijo el legado de su mujer y eso le daba, al menos, una esperanza para seguir adelante.
Sin embargo, ayer Mohamed tuvo que enfrentarse de nuevo a un bofetón de esos que a veces te da la vida, pongas o no la otra mejilla. Rayán fallecía en la unidad de neonatos del hospital Gregorio Marañón de Madrid a causa de una neglicencia médica. Rayán no se había rendido. Él hubiera sido capaz de seguir adelante, pero la fortuna, la mala en este caso, no se lo había permitido.
Mohamed estaba convencido de que su mujer había sufrido una negligencia médica (hasta cuatro visitas al hospital necesitó Dalila, embarazada de siete meses, para que la ingresaran) pero Rayán le ayudaba a seguir adelante. No puedo dejar de pensar que a Mohamed este segundo bofetón le tiene que doler de manera difícilmente soportable.
Pienso en Dalila, en Mohamed, en Rayán, en su familia, y pienso en esa enfermera de veintipocos años que, en su primer día en la UCI de neonatos, quiso alimentar al pequeño Rayán y se equivocó. Pienso en todos ellos, en lo que cada uno de ellos debe de estar sintiendo, y me siento incapaz de albergar empáticamente todo ese dolor. Porque hay veces que la empatía es humanamente imposible.
Sin embargo, ayer Mohamed tuvo que enfrentarse de nuevo a un bofetón de esos que a veces te da la vida, pongas o no la otra mejilla. Rayán fallecía en la unidad de neonatos del hospital Gregorio Marañón de Madrid a causa de una neglicencia médica. Rayán no se había rendido. Él hubiera sido capaz de seguir adelante, pero la fortuna, la mala en este caso, no se lo había permitido.
Mohamed estaba convencido de que su mujer había sufrido una negligencia médica (hasta cuatro visitas al hospital necesitó Dalila, embarazada de siete meses, para que la ingresaran) pero Rayán le ayudaba a seguir adelante. No puedo dejar de pensar que a Mohamed este segundo bofetón le tiene que doler de manera difícilmente soportable.
Pienso en Dalila, en Mohamed, en Rayán, en su familia, y pienso en esa enfermera de veintipocos años que, en su primer día en la UCI de neonatos, quiso alimentar al pequeño Rayán y se equivocó. Pienso en todos ellos, en lo que cada uno de ellos debe de estar sintiendo, y me siento incapaz de albergar empáticamente todo ese dolor. Porque hay veces que la empatía es humanamente imposible.
4 comentarios:
Desde luego ahí hay un cúmulo de despropósitos casi insólito. Pobre familia, no me quiero ni imaginar lo duro que debe ser tirar para alante después de lo que les ha pasado.
Ha sido tremendo. Parece increíble.
Cuando escuché la noticia de la muerte sentí mucha tristeza. Cuando al rato escuché la causa que la produjo, le sumé gran rabia, desconcierto e incredulidad.
Ahora el padre demandará, ganará y le resarcirán. Tendrá unos cuantos euros más en la cuenta y un recuerdo fatídico e imborrable en la cabeza.
Lo que hay que plantearse es por qué una absoluta inexperta estaba sola en esa labor. Quizás tenga que ver con el modelo de gestión de lo publico de Espe Aguirre. Y este caso es tremendamente sintomático. Os aseguro que los errores le suceden más frecuentemente a gente sin experiencia que a los que llevan años en su profesión
Por lo que he escuchado y leído, no está muy claro el porqué, Miguel. Lo que es seguro es que las cosas, tal y como están ahora, no funcionan como deberían. Yo tengo una amiga enfermera que se queja mucho de la rotación que existe en su trabajo; como los contratos son temporales, tan pronto estás en oncología como en infantil. Así es imposible conseguir una especialización profesional. Imaginaos eso en cualquier otra profesión.
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