Ayer llamó a la radio un señor para describir un momento de la manifestación del jueves.
Al pasar por la puerta del Carmen, los camiones de bomberos y los coches y motos de la policía que estaban apostados a ambos lados de la manifestación hicieron sonar sus sirenas durante un par de minutos. Comenzaron tímidamente: primero el camión de bomberos, después una de las motos, después otro camión, a este se le sumó otro... hasta que todos se unieron y todas las sirenas sonaron a la vez.
La gente que en ese momento pasaba por allí siguió el mismo patrón. Unos pocos aplaudieron a la primera sirena. A estos se les unieron los que seguían detrás, haciendo el aplauso más contundente. A estos, los siguientes.
El resultado final fue una manifestación sonora de apoyo por parte de unos y de otros, de los que seguían la manifestación a pie y de quienes lo hacían, cumpliendo con su obligación, desde la barrera.
El señor que llamó a la radio no sabía por qué ese primer camión de bomberos había hecho sonar su sirena. Yo podría decir que sí, porque también estaba allí.
Yo seguía la manifestación empujando el carrito de Mario. Sergio hacía lo mismo llevando a Mateo a hombros. Al pasar frente al camión de bomberos, Mateo gritó con toda la espontaneidad que puede mostrar un niño: "¡Ninoninonino!" Un señor que nos seguía gritó a su vez hacia el camión: "La sirena, ¡que suene la sirena!". A él se unieron otros "¡La sirena!".
La sirena sonó. Mateo sonrió de oreja a oreja. Los demás aplaudimos. Y a mí reconozco que costo mucho contener las lágrimas.
No llegué a ver a los bomberos que hicieron sonar sus sirenas, pero supe que estaban allí y con nosotros. En ese momento, sentí sinceramente que lo que estábamos haciendo merecía la pena.
La gente que en ese momento pasaba por allí siguió el mismo patrón. Unos pocos aplaudieron a la primera sirena. A estos se les unieron los que seguían detrás, haciendo el aplauso más contundente. A estos, los siguientes.
El resultado final fue una manifestación sonora de apoyo por parte de unos y de otros, de los que seguían la manifestación a pie y de quienes lo hacían, cumpliendo con su obligación, desde la barrera.
El señor que llamó a la radio no sabía por qué ese primer camión de bomberos había hecho sonar su sirena. Yo podría decir que sí, porque también estaba allí.
Yo seguía la manifestación empujando el carrito de Mario. Sergio hacía lo mismo llevando a Mateo a hombros. Al pasar frente al camión de bomberos, Mateo gritó con toda la espontaneidad que puede mostrar un niño: "¡Ninoninonino!" Un señor que nos seguía gritó a su vez hacia el camión: "La sirena, ¡que suene la sirena!". A él se unieron otros "¡La sirena!".
La sirena sonó. Mateo sonrió de oreja a oreja. Los demás aplaudimos. Y a mí reconozco que costo mucho contener las lágrimas.
No llegué a ver a los bomberos que hicieron sonar sus sirenas, pero supe que estaban allí y con nosotros. En ese momento, sentí sinceramente que lo que estábamos haciendo merecía la pena.
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