Hoy tenía hora en el médico a las 16.15. Cuando he llegado, había tres personas más esperando. Una tenía hora a las 16.08, otra a las 16.10 y, la última, a la misma hora que yo. Sólo que esta última ha debido de entender mal porque la han llamado antes de la que tenía para las 16.08.
A qué horas más raras te citan para el médico... Y qué poco sentido tiene, porque citan a una persona cada 2 minutos como si ese fuera el tiempo que te van a dedicar... que menos mal que no es así. No hay más que ver que yo tenía hora a las 16.15 y he entrado a las 17.15. Que está bien que no te vengan con prisas pero, vamos, tampoco es eso, digo yo. Que citen cuatro pacientes a la hora, que es lo que tendría que ser para estar todos contentos.
En fin, que como yo ya me conocía estos retrasos, me he llevado un librico sobre Velázquez para entretenerme e ilustrarme durante la espera. Y en esas que estaba yo tan tranquilamente leyéndome el libro (a pesar de mi tortícolis, que por eso estaba allí) cuando ha llegado una señora, menudica ella, y se ha sentado a mi lado.
Yo pasaba las páginas, ilustradas con bellas obras del pintor, y la señora me miraba de reojo. Que si La fragua de Vulcano, y la señora me miraba. Que si el retrato equestre de Felipe IV, y la señora, que volvía a mirarme. Yo creía que estaba interesada en el libro, como cuando en el autobús los que van de pie leen el periódico del que va sentado, pero esa hipótesis se ha esfumado cuando la señora, de repente, se ha levantado para cambiarse de sitio. Su nueva ubicación era el único asiento que quedaba libre en la pared de enfrente, completamente opuesto al mío.
Lo primero que he pensado, he de confesarlo, es que igual resultaba que yo olía mal. Y no me neguéis que eso es algo que todos habriais pensado en mi situación. Yo estaba convencida de que no era así, pero ha sido el primer motivo que ha venido a mi mente. Una vez descartado tras una inspiración profunda pero disimulada, he pensado que quizá quien olía era el señor de al lado. La inspiración había dado como resultado la constancia de algún ligero efluvio oloroso propio del calor procedente de su persona, pero no tan insoportable en mi opinión como para cambiarse de asiento. Al menos yo no lo había notado hasta ese momento, y había sido necesaria, como digo, una profunda inspiración.
Descartado el tema oloroso, he pensado que quizá la señora, maniática, prefería sentarse de cara a la entrada (yo estaba de espaldas) O que quizá prefería tener más luz (mi fila de asientos no caía exactamente bajo el fluorescente) Ahí estaba yo dándole vueltas al asunto cuando oigo que la señora comenta en voz alta con sus nuevos compañeros de asiento: "Yo es que con la pintura no puedo".
Ya nos había dejado a todos intrigados con su cambio de lugar (aunque probablemente todo el mundo hubiera asumido simplemente que yo olía mal) , pero ese comentario fue lo que nos faltaba para no entender nada. Por lo menos a mí. "¿Que no puede con la pintura?"- pensaba- "No me jodas que se ha cambiado de sitio porque estoy leyendo un libro de Velázquez..."
"Yo es que no puedo con la pintura, de verdad" - repetía mientras echaba miradas a mi libro. "Y mi madre, tampoco. Pero de siempre, además. Nos ha pasado de toda la vida". Las personas allí sentadas miraban alternativamente a la señora, al libro y a mí. Dos jóvenes sentadas junto a la señora se giraban dándole la espalda mientras intentaban contener la risa. Mi cara debía de ser un poema.
"Me pasa igual con los periódicos. No los puedo ni leer. Es abrirlos y no aguantar del olor". - decía la buena mujer. Ah... ya iba yo entendiendo algo... "No puedo con el olor a pintura, es que no puedo" - se explicaba.
Buf, menuda tranquilidad. Con lo que no podía la señora era con el olor a tinta (o a pintura), no con la pintura en general, y menos, supongo, con Velázquez.
- Si me lo hubiera dicho, habría cerrado el libro y ya estaba-. le he dicho. Aunque yo no notaba el olor a pintura por ninguna parte. Quizá mínimamente...
- No, da igual, maja, no te preocupes. Ya has visto que me he cambiado de sitio y arreglado.
- Pues yo no huelo nada desde aquí-. ha informado una señora sentada junto a la primera.
- Y sin embargo yo, ya ve. Me he tenido que cambiar de lo mala que me estaba poniendo. Mientras no llegue el olor hasta aquí... Sigue, sigue leyendo tranquila.
Eso ya ha estado más difícil porque, una vez que le ha dado a la señora por comenzar a charrar, no ha parado. Que si con lo menuda que era (no mediría más de 1,40) había llegado a pesar 60 kilos, que si cuando se casó pesaba 33, que si formaba parte de un grupo jotero en el que ella era cantadora y bailadora, aunque con esos pies que llevaba ahora ya no podía casi bailar... en fin, cosas de su vida. Yo, como estaba a una distancia considerable de la buena mujer y, a pesar de que de vez en cuando me buscaba con la mirada, he conseguido centrarme en la pintura de Velázquez y su persona. Y, eso sí, contenta de no oler mal.
2 comentarios:
Pues hija, de gente rara está llena el mundo... yo estoy convencida de que con los años nos volvemos mas raricos, y si ya somos raricos de por sí la consecuencia es esta...
De todas formas te das cuenta que la gente mas rara siempre te toca a tí?
No sé si es que siempre me toca a mí o es que, simplemente, que me fijo más que los demás y siempre veo algo raro.
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