17 de noviembre de 2010

Y Miguel Fleta ¿cuándo?

Recientemente visité en Roncal el mausoleo y la casa-museo del tenor Julián Gayarre (1844-1890) junto con mi padre, gran aficionado a la ópera.

El mausoleo, obra de Mariano Benlliure, es una escultura impresionante que destaca en medio del pequeño cementerio del pueblo. Tan bello es que, tras su exposición en Madrid, la reina María Cristina hizo todo lo posible para que permaneciera en la capital. Sin embargo, el tesón de la familia y del propio pueblo de Roncal, muy agradecido al tenor (Gayarre pagó la construcción de la escuela, del frontón e hizo llegar la carretera al pueblo) consiguieron imponerse al deseo de la soberana y el mausoleo terminó instalado donde inicialmente estaba previsto. Ya podían aplicarse el cuento algunos de nuestra tierra.

Por su parte, la casa, de tres plantas, recoge documentación sobre la vida del tenor (partituras, contratos, fotografías, premios, recortes de prensa, etc.), muchos de los trajes y accesorios que vistió en sus representaciones y la pieza estrella: su laringe. Sí, sí, conservada en formol. Al parecer, la laringe de Gayarre era especial (yo siempre he escuchado que tenía dos campanillas), lo que le permitía alcanzar notas muy altas, casi de tesitura femenina, con relativo poco esfuerzo. Esta característica de su voz le posibilitó interpretar un repertorio muy amplio y variado, en el que se incluían óperas y arias que exigían registros de voz completamente diferentes.

Pero, además de esto, hay una cosa que llama especialmente la atención en este museo: la música. Durante toda la visita no se escucha una sola nota interpretada por el tenor, sino que la voz que acompaña es la de Alfredo Kraus, quien le interpretó en la primera película que se rodó sobre su vida (después se rodaría otra con Josep Carreras). Sin embargo, esto no es una crítica porque, de donde no hay, no se puede sacar, sino una alabanza. El pequeño pueblo de Roncal ha conseguido difundir la figura de su vecino más ilustre, un tenor, y levantar un interesante museo sobre su figura sin que exista una sola grabación de su voz. Lo equivalente a crear un museo dedicado a un pintor sin exponer siquiera uno de sus cuadros.

Sin embargo, este post no tiene como objetivo final hablar del museo ni de Gayarre, aunque ambas cosas sean interesantes. Tiene como objetivo justificar el cabreo monumental con el que mi padre y yo salimos de allí (el de mi padre mayor, si cabe) porque ese museo volvió a enfrentarnos de bruces con la desidia que, para tantas cosas, tiene Aragón.

Mi padre es un profundo admirador de la voz y la técnica de Miguel Fleta, un tenor nacido en Albalate de Cinca (Huesca) en 1897. Fleta llegó a ser considerado en su tiempo el mejor tenor del mundo, por delante, incluso, del famosísimo Caruso. Hasta tal punto llegó su fama que fue el elegido para estrenar mundialmente la ópera "Turandot", de Puccini, en la Scala de Milan, por imposición del director de orquesta Arturo Toscanini. Y que un director de orquesta italiano (con el que no se llevaba muy bien, además), eligiera a un tenor no italiano para el estreno de una ópera de Puccini en el templo de la ópera no era cualquier cosa.

Pero, al igual que le sucedió a Gayarre, su carrera musical duró poco. Miguel Fleta falleció en 1938, a los 40 años de edad. Eso sí, a diferencia del tenor navarro, dejó tras de sí numerosas grabaciones de su voz.

Sin embargo, la figura de Fleta no se recuerda ni se difunde en ninguna casa museo. En su pueblo natal no existe absolutamente nada que lo recuerde; tampoco en Zaragoza, a excepción del cine-teatro que llevó su nombre (desde años abandonado), la avenida que se le dedicó y el mausoleo que decora su tumba en el cementerio de la ciudad. Podríamos pensar que es lo esperable, teniendo en cuenta que tampoco existe un espacio Goya, pero, en el caso de Fleta, el motivo no se basa tan sólo en la falta de interés, en la desidia de los gobernantes o en la falta de presupuesto. El problema de Fleta es él mismo, su persona.

Miguel Fleta, tras apoyar la República, se pasó al bando contrario. Vistió el uniforme de la Falange, incluso condujo camiones para el bando nacional durante la Guerra Civil. Además, tampoco fue un ejemplo en su vida personal. Abandonó a su primera mujer, que había sido asimismo su profesora de canto, por una mujer más joven, y su soberbia y altanería en algunas ocasiones le llevó a incumplir contratos y a enfrentarse con gran parte de la profesión, incluida una demanda por parte de la Ópera de Nueva York que le dejó prácticamente en la ruina.

¿Crear un museo para difundir la vida y obra de una persona así? Picasso tampoco era un santo, ni Dalí, ni tantos otros. Pero eran de izquierdas, y eso les salva si resulta que es de eso de lo que va el juego. Sin embargo, a los artistas no hay que juzgarlos sólo como personas, sino valorar lo que fueron y lo que representaron para el arte. Y Fleta, mucho más que falangista, fue un tenor como la copa de un pino, un transgresor que, en su época, hizo cosas con su voz que nunca antes nadie se había atrevido a realizar, dotando a la figura del tenor de una libertad artística que, para fortuna de muchos, todavía dura hoy en día.

Quizás es que los políticos le han escuchado poco. Quizás han escuchado poco piezas como esta, el aria principal de "Los pescadores de perlas", de Bizet, la última pieza que representó Gayarre antes de morir. Escuchadle vosotros y decidid.




3 de noviembre de 2010

banksy contra todos, o al revés


Esta pintura apareció un día en un escondido muro de la ciudad de San Sebastián. Justo el día anterior, el festival de cine de la ciudad había estrenado el documental Exit through the gift shop, dirigido por Banksy, el artista grafitero más famoso y reconocido del mundo. Las autoridades donostiarras ataron cabos y, teniendo en cuenta este detalle y el estilo de la obra, dedujeron que la pintura en cuestión no podía ser otra cosa que una obra del propio Banksy.

Así que se saltaron a la torera la normativa municipal que no permite "pintadas" en las paredes de la ciudad y decidieron indultar la obra, alegando que, en todo caso, "era una muestra cultural". Podían haber alegado cualquier otra cosa para justificar su decisión, como que Banksy (que hasta entonces tampoco había reconocido su autoría) es un artista mundialmente conocido y cotizado, pero no lo hicieron. Decidieron justificarla diciendo algo tan vago y ambiguo como eso. Y, claro, el resto de los grafiteros de la ciudad se mosqueó. ¿Por qué sus obras, también realizadas sobre muro y con spray, no eran consideradas igualmente "muestras culturales"? Pues porque ellos no eran Banksy. Y punto.

Así que uno de ellos decidió aplicar la normativa por su cuenta y embadurnó la figura del señor pensativo con spray negro. Ante ese hecho, las autoridades no vieron justificación para mantener el marco restante (aunque siguiese siendo obra de Banksy) y decidieron repintar la pared para apañar el desaguisado. Y fin de la historia.

En mi mundo ideal, los grafiteros deberían haber respetado la obra de Banksy y haber seguido currando para conseguir el indulto de las suyas.

En mi mundo ideal, los políticos deberían ser menos políticamente correctos y más sinceros.

Pero, claro, el ser humano no vive en mi mundo ideal.

Por cierto, poco después, en la web del propio Banksy se reforzaba la posibilidad de que la obra hubiera sido efectivamente suya.

Fuente: El País