Yo sólo pido una contracción, una mísera y única contracción, aunque sea pequeñita, para saber que este hijo pachón que llevo en mis entrañas sabe de qué va el asunto.
Es posible que hasta el día 17 le hayamos achuchado mucho, demasiado, para que saliese cuanto antes; de acuerdo, lo admito. Porque hasta ese día estaba en todo su derecho de seguir ocupando Villa Placenta. Pero ahora ya no. Ahora ya tiene que empezar a recoger sus cosicas y proponerse seriamente eso de salir. No puede seguir ahí dentro como si nada.
Yo a veces pienso que el problema puede estar en que ha vivido demasiado bien estos últimos nueve meses, disfrutando de su mansión particular, sus cinco comidas equilibradas al día y sus buenas horas de sueño; y, claro, ahora dile tú que salga.
También hay gente que me dice que lo que pasa es que el pobre se entera de todos los planes que tienen sus padres fuera (que si el sábado quedamos con no sé quien, que si mañana nos vamos al teatro, que si esta noche, al cine...) y, como a nosotros nunca nos va bien que salga, pues no sale. Vamos, que lo hace por sus padres porque, en el fondo, es un bendito.
Sin embargo, a mí me da que lo que le pasa es que no sabe muy bien por dónde le da el aire, qué es lo que, llegados a este punto, tiene que hacer. Porque, algunas veces, me pega unos empentones hacia arriba que parece que se quiera salir por mis costillas en vez de por donde tiene que salir. Y yo le digo: "hacia ahí no, hacia abajo..." y le presiono suavemente en el culo (o lo que yo creo que es su culo) para indicarle el camino. Pero nada.
En fin, que tendré que seguir esperando a que éste se decida a salir porque está visto que esto no depende de mí. Resulta raro estar deseando ponerse de parto, con lo que eso debe ser, que no estamos hablando de irnos de paseo, pero la naturaleza es sabia (eso sí que me ha quedado claro estos nueve meses) y el paso del tiempo hace que al final sea eso lo único que desees. Parir.
Y a otra cosa, mariposa, por difícil que sea.
Es posible que hasta el día 17 le hayamos achuchado mucho, demasiado, para que saliese cuanto antes; de acuerdo, lo admito. Porque hasta ese día estaba en todo su derecho de seguir ocupando Villa Placenta. Pero ahora ya no. Ahora ya tiene que empezar a recoger sus cosicas y proponerse seriamente eso de salir. No puede seguir ahí dentro como si nada.
Yo a veces pienso que el problema puede estar en que ha vivido demasiado bien estos últimos nueve meses, disfrutando de su mansión particular, sus cinco comidas equilibradas al día y sus buenas horas de sueño; y, claro, ahora dile tú que salga.
También hay gente que me dice que lo que pasa es que el pobre se entera de todos los planes que tienen sus padres fuera (que si el sábado quedamos con no sé quien, que si mañana nos vamos al teatro, que si esta noche, al cine...) y, como a nosotros nunca nos va bien que salga, pues no sale. Vamos, que lo hace por sus padres porque, en el fondo, es un bendito.
Sin embargo, a mí me da que lo que le pasa es que no sabe muy bien por dónde le da el aire, qué es lo que, llegados a este punto, tiene que hacer. Porque, algunas veces, me pega unos empentones hacia arriba que parece que se quiera salir por mis costillas en vez de por donde tiene que salir. Y yo le digo: "hacia ahí no, hacia abajo..." y le presiono suavemente en el culo (o lo que yo creo que es su culo) para indicarle el camino. Pero nada.
En fin, que tendré que seguir esperando a que éste se decida a salir porque está visto que esto no depende de mí. Resulta raro estar deseando ponerse de parto, con lo que eso debe ser, que no estamos hablando de irnos de paseo, pero la naturaleza es sabia (eso sí que me ha quedado claro estos nueve meses) y el paso del tiempo hace que al final sea eso lo único que desees. Parir.
Y a otra cosa, mariposa, por difícil que sea.