22 de agosto de 2013

Hay libros que son como almendras amargas

Yo no soy experta en literatura ni me considero gran lectora. Leo lo que puedo y me dejan, que no es mucho (y no es poco), y, salvo excepciones, sin demasiado criterio. Voy tirando de nuestra biblioteca particular, compuesta por libros que hemos ido comprando a lo largo de los años o que han llegado a nosotros de un modo u otro. En alguna ocasión busco títulos determinados en la biblioteca y poco más.

Todo este rollo viene a que hace unos días tiré de uno de esos libros almacenados en nuestra librería y comencé su lectura, en concreto uno premiado con el renombrado premio "Planeta" y que una amiga tuvo a bien regalarme hace algunos años sin mayor referencia que el título y el mencionado galardón.

El primer capítulo no me hizo presagiar nada bueno, pero le di una segunda oportunidad leyéndome el siguiente. La cosa no mejoraba. Ayer, decidí hacer mío eso de "a la tercera va la vencida" y ver si la vencida consistía en leerlo hasta el final o mandarlo de vuelta a la estantería. 

Pocos libros de los que han pasado por mis manos han sufrido este triste final, y sólo dos por ser infumables y no por "pereza" del lector. El primero, "Ángeles y demonios", de Dan Brown, que me obligó a decir "hasta aquí" cuando la historia no tenía ya ni pies ni cabeza. En mi defensa diré que me lo leí porque era una edición en italiano, porque se desarrolla en Roma, mi ciudad entre ciudades, y porque me lo regalaron. El segundo ha sido el premio Planeta del que hablo. 

Ya digo que no soy lectora sibarita, pero sí creo tener un cierto criterio estético y su lectura dolía por todas partes. Tras cerrar el libro, me rondaba la duda de si el problema estaba en el libro o en mí. Quizá fuera una grandísima novela y, simplemente, yo no supiera apreciarla. Así que busqué críticas en Internet. Sí, ya, las críticas... Sin embargo, me quité un peso de encima al revisar tres de ellas y ver que coincidían plenamente con mi opinión y sentimiento acerca del libro, aunque sólo me hubiese leído tres capítulos. 

Menudo alivio. Acto seguido me dirigí a la librería y, tras un vistazo rápido y en honor a mi padre, opté por llevarme a la mesilla "Oráculo manual y arte de prudencia", de Baltasar Gracián. No creo que suceda, pero como me vea obligada a devolverlo antes de llegar al final a ver cómo se lo explico yo a mi padre.   

No hay comentarios: