13 de agosto de 2006

escuchas en el vestuario

Un rato del fin de semana lo solemos dedicar a jugar al tenis. Vamos a una piscina cercana en la que alquilan pistas, así que yo me voy con la ropa de piscina, después me pongo la de tenis, después la de baño y después otra vez la de piscina.
Soy rarita, lo sé, qué pasa.
El caso es que paso varias veces por el vestuario. Mientras me desnudo y me visto me entretengo leyendo las pintadas que invaden las puertas.
Sheila x Pitu Vane x Kike Jessi x Cristian Sheila Vane Pitu las mejores Jeni zorra Luismi tio bueno y un largo etcétera de la misma calaña. Literatura pura que, además, me hace preguntarme en qué momento dejaron las niñas de llamarse Laura, Silvia y Ana para llamarse como las que viven cruzando el charco. Supongo que en el mismo momento en el que los padres dejaron de alimentarse de gazpacho y tortilla de patatas y pasaron a hincharse de hamburguesas y cocacola. O igual no.
En fin, que una mañana, en uno de mis múltiples cambios de vestuario, me sorprendió una conversación que mantenían dos muchachas en el vestuario de al lado.

- ¿Pero por qué no me coge el teléfono el hijo de puta éste? Pues que se vaya a tomar pol culo. Que me alegro de que su madre se haya muerto. ¿No se murió la mía también? Pues que se joda. Que la suya además se ha muerto por gorda.
- Le dio un infarto...
- Sí, pero por gorda. Le dio un infarto por gorda. La tía guarra. Que se joda. Que a mí mi madre también se me murió. Pero la mía se murió de pena, no como la suya, que se ha muerto de gorda. Ahora que se joda. Que me alegro de que se haya muerto. Venga, ¡chochos fuera!

Ahí yo ya supuse que empezaban a cambiarse de ropa y decidí que era buen momento para largarme de allí. Cuando abrí la puerta, mi mirada se cruzó con la de una señora de unos 70 años que se estaba colocando el gorro de baño frente al espejo. Ambas nos miramos con una sonrisilla de "holabuenas" y unos ojos de "joderconlaniña", y ahí se quedó la cosa.

Sin embargo, a mí me pudo la curiosidad y me esperé en la puerta del vestuario para ver salir a Miguel de Cervantes.
Tendría unos veinte años.
Con el pelo largo, negro, recogido en una coleta.
Llevaba un bañador azul.
Y estaba gorda.

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